Esposado, con las manos en la espalda y el corazón hecho un moretón. Los pies encadenados a una pena ya impuesta. Miraba de un lado al otro, como esperando que alguien le dijera: “¡Despierta! Estabas soñando…”. O quizás: “Puedes irte, todo fue un error”. Y aunque esperaba palabras, éstas no llegaban.
No lo vi, pero ahí estaba.
Dicen que con unos zapatos del 10 aunque en verdad calza del 7 ½. Nudo en la garganta y coraje en los puños. Apretados. Un hombre inocente. Encerrado.
Ahí estaba, pero ni yo ni nadie más pudimos verlo.
Los pendientes laborales, los correos electrónicos, los próximos lanzamientos, los contratos, los eventos, las renuncias, las contrataciones nos cegaban.
Nos ahogaban.
Nos encarcelaban en el silencio de no poder verlo…
Hace 2 años
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