El bufón le arrebató al cuervo el cascabel sin saber que éste era, en realidad, el ojo del rey. Lo amarró a la punta de su zapato y danzó como un desquiciado hasta el amanecer.
“Cuidado. Te he estado observando y eso no es gracioso,” amenazó el monarca la madrugada siguiente, justo antes del amanecer, cuando el bufón se apareció en el castillo con la hipócrita intención de hacerlo reír. Pero el bufón estaba tan entretenido con el repiqueteo que ocasionaba el ojo real en la punta de su zapato que no escuchó su voz (ni tampoco notó que ahora un parche cubría parte de su rostro)…
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