El día se nubló.
Y también mis pensamientos.
Durante la jornada entera he deambulado como Nadie en la Ciudad de México. Ayer corrí 20 kilómetros tragando moscos para llegar al final de la nueva zona residencial que se construye cerca, muy cerca, de la presa Madín.
La subida, empinada. De aquellas que producen calambres en las piernas. Pero lo logré. Y al llegar a la cumbre me topé con la inverosímil mansión de un homeless que ha hecho suyo el mundo: un colchón, latas de comida, algo de ropa y –eso sí- una increíble vista a la presa.
Amén.
Hace 2 años
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