Alguien me preguntó por qué me gusta correr. No supe responder. Sin embargo, días después lo entendí: Sucede después de hacerlo de manera constante durante más de 10 u 11 kilómetros. Algo pasa que me vuelvo hipersensible y que cualquier estupidez termina por conmoverme y llevarme al borde de las lágrimas.
Como en aquella carrera en Chapultepec.
En el kilómetro 13, en el punto más alto de una subida, una familia colocó una mesa con garrafones de Electropura para repartir agua a los exhaustos competidores. Un acto simple que pasaría desapercibido se vuelve conmovedor y absolutamente trascendental luego de correr por más de una hora sin aparente sentido. Y lo mismo pasa con los paisajes, las canciones, los perros ladrando y los niños volando papalotes.
Así correr es milagroso. Como escribir.
Hace 2 años